Ósca Hagerman |
Hagerman, nacido en La Coruña en 1936, de ascendencia sueca, eligió trabajar entre los más pequeños, los que hacían ataúdes para difuntos en una cooperativa y ganaban tres centavos. Les regaló el diseño de la silla, que gustó tanto que recibió un premio del Instituto Mexicano de Comercio Exterior. En la cárcel de Tenango del Valle los presos tejieron el asiento de palma y así la silla se abarató aún más, y ahora se vende en todos lados, en las aceras, en los mercados, al borde de la carretera. Cientos de miles de estas sillas entraron a las casas más humildes y los mexicanos se sentaron en la noche alrededor del fuego, del relato, a comentar los sucesos del día, en el descanso bien ganado en una silla generosa que los recibía y los arrullaba. Cientos de miles de mexicanos vivieron de la fabricación de esta silla que ahora es parte de nuestra vida cotidiana.
Silla Jiquipilas |
"En diseño industrial, nos enseñan a buscar formas originales, pero la riqueza más grande es hacer un mundo que le pertenezca a la gente y lo sientan suyo, porque eso es lo que da felicidad. Si tu casa no tiene que ver contigo no es nada. En la escuela debería de haber una materia que nos enseñara cómo relacionarnos, cómo comprender lo que la gente necesita, y para eso hay que aprender a escuchar. Los proyectos no están nunca solos, siempre tienen un entorno, los acompaña un paisaje, una situación económica, una cultura, las costumbres de cada gente. Creo que he sido un arquitecto muy feliz, y esto es lo mejor que le puede pasar a uno en su trabajo profesional."
- Óscar Hagerman
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